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Pablo Requena |
Quizá el
adjetivo más indicado para calificar el comportamiento de no pocos almerienses
a la hora de hacer gala de su mala educación tenga que ver más con el sector
porcino que con el caprino, pero me he decantado por el término borreguil para
titular este texto para -amén de sonar mejor “borregos” que “cerdos”- hacer un
pequeño tributo a esa novelesca cita de “no voy donde van todos, porque no soy
cordero sino lobo”. Visto el percal, pocos lobos tenemos en Almería, y si uno
tira un papel al suelo, tengan por seguro que acabarán cayendo varias decenas
de deshechos más.

Y la
deplorable imagen playera a la que aludía anteriormente no es, ni de lejos, el
único ejemplo del poco o nulo civismo que, con más frecuencia de la deseable,
nos encontramos en nuestra tierra. Ahí están las toneladas de porquería que
quedan cada sábado después del mercadillo en el antiguo recinto ferial o, ya en
otro nivel, el vandalismo que tantos titulares nos ha dejado ya, como el que
han tenido que padecer las esculturas de personajes tan dispares como John
Lennon o Juan Pablo II y del que no se libran ni los adorables adornos
navideños, como los cotizados pascueros o el famoso reno de la plaza Barcelona
que fue “raptado” para aparecer posteriormente en la azotea de un céntrico
instituto. A ver si empezamos a ser europeos para algo más que para mendigarle
a Bruselas.
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